La convicción del estigma

16 Oct

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Últimamente doy más rodeos de los habituales cuando transito. Colecciono mis paseos diarios en lo que ya es un correcalles cotidiano, un hastío hecho de aquellos lugares comunes que antes conformaban mi patio de juegos. No intento rechazar a nadie, aunque no quiero que nadie participe de un vulgar pretexto, diseñado sólo para levantarme pronto y hacer recados. No quiero que me vean mis amigos, así de claro. No quiero encontrarme con nadie por esas mismas calles; no quiero sentirme obligado a excusar mis ausencias intermitentes, no con cínicos intentos a base de comentarios y ademanes triviales. Lo prefiero así, es más fácil. No se trata de ninguna vergüenza, pero ojalá la enfermedad diera pruebas físicas de su existencia. Yo ya sé lo que soy, los demás no; sólo soy un grito mudo.

En contraposición a ese realismo tan crudo me aplico un bálsamo de actitud, pensando que sí soy capaz de cambiar las cosas. Dicha actitud se llama optimismo, y también sigue sus propios derroteros. Pronto podré sintonizar con algo más de espontaneidad, sobre todo en aquellas situaciones de las que desconecté hace un tiempo. Las post-depresiones son lentas, hay que entenderlas, no empujar demasiado fuerte. Todo tiene su velocidad natural. Por una vez, voy a acoplarme al momento, subir los escalones lentamente, sin arriesgar los cimientos que me antecedan. Si algo fuera mal, yo sería mi propio termómetro, un resorte fiable.

Ya no tengo frío. Hay fases en la enfermedad, y ésta es del tipo existencial. Ha llegado el momento de entender mi estigma, y convertirlo en una bendición.

Es la sociedad la que marca a fuego muchas conductas, que después aparentarán moralmente inaceptables. Un rechazo siempre se generaliza en el más absoluto desconocimiento. Así, en la ignorancia, siempre nacerá el más infundado de los prejuicios, aunque sea en el seno más inocente de las masas. Siempre condenará como irracional algo que es natural. Mi comportamiento solo cabe ser juzgado como azaroso, cuya única desgracia es elegir mal el momento y el lugar de mis actos.

Nuestros actos se explican a medio camino de la genética y la bioquímica, con un árbitro, la psiquiatría, todavía en pañales. Los bipolares son enfermos mentales. Muchos expertos enarbolan una alarmante bandera, pero desconocen cuán extendida esta la mancha. Somos los enfermos del presente y del futuro. Y el tratamiento de este desconocimiento social está por caducar o simplemente no servirá, pues el tabú colectivo siempre deja paso al estigma que vive el individuo.

Yo como enfermo bipolar elijo esa opción para vivir mi enfermedad, basándome en la información, el autocontrol y el deseo de desarrollar mis propios mecanismos para gestionar mis cuadros patológicos.

Que sólo me quede el estigma.

2 Responses to “La convicción del estigma”

  1. tomaprestadasmispalabras October 22, 2013 at 3:01 pm #

    “. . . ya que tu mas intimo miedo es que al dejarte llevar . . . puedas perder la última gota de cordura que la sociedad es capaz de aceptar” * Extracto de “Tu más intimo secreto”

    • lajotaerrante October 22, 2013 at 3:02 pm #

      Lo tengo que leer

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