Un paseo triste

26 Apr

Un circo apostado en una explanada exhibe algunos llamativos carteles. Me acerco. De perfil hallo lo que parecen unos remolques, alrededor unas picas unidas por un cordón los rodean. Un olor fuerte a granja me invade. Sigo la colorida cinta de seguridad sin descubrir más allá de una jaula con ruedas. Hasta que no me enfrento de cara a la caja metálica no consigo divisar a la criatura. Parece dormida, una enorme masa viva se eleva y desciende al ritmo de su respiración. Permanece enroscada como una bola, en la penumbra. Sus gigantes patas se asoman mas allá de la luz, acto seguido muestra su cola desperezando su cuerpo, extendiendo su lomo en un bostezo que lo arrima definitivamente a la luz. Descubre todo menos su cabeza. Entonces gira y, sin el minímo tiempo para observarlo detenidamente, ruge hacia mí con increíble fuerza, sus fauces se abren ampliamente y el bufido que emiten hace vibrar las raíces de mi cabello. Con sus mandíbulas ya relajadas, intercepta mi mirada con la suya, intenta comunicarme algo. Es una fiera incompleta, sin libertad. Su pupila está apagada.

Deambulo por las calles.

Las rayas del tigre se pasean por su jaula, entre sus sinuosos andares enseña los colmillos, pero su espíritu sigue tristemente encarcelado. El trayecto se convierte en algo hipnótico, como una danza del vientre; las rayas parecen los brillos de un mar en calma, unos vibrantes destellos bajo el sol. Pero sin remedio, su alma se ahoga bajo unas verticales de hierro. Me alejo, desde la distancia aquella caja diminuta parece un código de barras que encierre una llama salvaje, que nunca pierde su brillo pero que con el tiempo se apagará o acabará por inmolarse.

Así me siento yo, atascado en un ecosistema de asfalto al que mi naturaleza ya no quiere pertenecer más. La inercia con la que doy mis pasos se convierte en una rápida carrera y pide a gritos llegar hasta el mar, si hace falta, pedir que alguien me enseñe el camino. Quiero salir por algún agujero de esta ratonera. El tiempo pasa, con implacable actitud y, aunque me encuentre en pleno esplendor, mi reverdecimiento puede que se agote. Y eso me preocupa; nervioso el calendario se deshoja y ya son demasiados los días que barro del suelo.

¿Dónde han ido todos? Cada vez veo las calles más vacías, las pocas caras que veo son las mismas de siempre. Veo a adolescentes que ayer eran niños sonándose los mocos. Veo a mujeres de mi edad preñadas, algunas ya empujan los carritos. Veo comercios que cierran, y siento una ráfaga de viento que apostrofa una triste realidad. Veo a la gente envejecer, perder la firmeza de sus cuerpos, arrugas aparecen. Veo muchos ojos apagados, sin ese brillo de la pupila al sonreir. La mitad de mis amigos ya se fueron, algunos lo hicieron para no volver. Otros están hartos de navegar, persiguiendo el trabajo en un eterno viaje de ida y vuelta.

¿Dónde está la felicidad? Alguien la metió en una jaula, como al tigre; vive aletargada esperando escuchar alguna canción que la motive. La felicidad es un sentimiento más fuerte que sus garras, puede romper los barrotes y saltar hacia la libertad, volver a intoxicarnos con los colores de la alegría, el sonrojo de las mejillas, las sonrisas inabarcables y mancharnos con una lluvia de júbilo.

He tenido suerte. La felicidad empieza a construirse dentro de uno mismo. He tenido suerte de volver a renacer, aunque sea gracias a mis pastillas de colores. Una segunda oportunidad tan grande no se desaprovecha así como así. La vida se debe exprimir como un limón, hasta la última gota. Los angostos y tétricos caminos andados se abren ahora en claros maravillosos; a mi biblioteca mental acuden palabras como alegría, gozo, gusto, amor y pasión. Ayudan a sobreescribir aquellas palabras tan tétricas de la familia de la muerte y la destrucción.

Este logro ya es imparable. Avanza como un tren bala por mi médula, recorre mis neuronas sin hacer paradas, y se dirige rápido y puntual a una estación donde aguarda el amor y la felicidad.

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